Zenica – cárcel
El presidio correccional de Zenica era la cárcel más grande e infame en la ex Yugoslavia, que en su momento culminante tenía más de 5.000 presos y era una pequeña ciudad en la ciudad.
Esa era una cárcel-prisión infame por el trato más riguroso, por sus salas de tortura, pero para muchos presos también lugar de numerosos asesinatos. De tal manera que dentro de las paredes de la prisión de Zenica fueron salvajemente torturados y asesinados numerosos escritores, músicos, cientos de frailes y monjas, sacerdotes católicos y musulmanes, miles de mujeres croatas cuya única culpa fue que eran esposas de los soldados croatas, profesores, doctores, niños, jovencitos y todos aquellos que no eran del agrado del Servicio de Seguridad del Estado y del Partido Comunista de Yugoslavia.
La prisión de tortura de Zenica
En el sótano a los reclusos los ataban con cadenas en pequeños huecos, y en la cabeza permanentemente les goteaba agua fría, hoy por ese método los humanitarios acusan a la CIA.
Profundamente bajo tierra, debajo del viejo pabellón carcelario, lejos de la mirada de los guardias y de los demás presos, se halla un enorme sótano. La escalera curvilínea conduce a las entrañas de la tierra cuyas instalaciones secretas durante decenios escondía de los ojos de la opinión pública una pesada puerta cerrada con llave, con un enorme candado de hierro arriba del cual sobresalía una manilla maciza. El guardia saca un manojo de llaves y pone una de las más grandes en la cerradura corrosiva, que después de dos o tres giros fallidos finalmente chasqueó. Después del chirrido de las pesadas puertas, nos espera un pasillo largo oscuro y no ventilado, desde el que se expandía un fuerte olor a humedad, mezclado con la podredumbre de las viejas vigas que se dibujaban en la avara luz de la bombilla eléctrica.
En el ala izquierda del sótano, cuyo piso está cubierto con ladrillo, que por última vez fue puesto entre las dos guerras mundiales, el guardia se detiene. Gesticulando con las manos por el enorme sótano vacío finalmente comienza a hablar: “Pues esto es Isusovača, aquí se practicaron las peores torturas a los presos de la cárcel de Zenica”. Luego nos conduce dos metros más allá hasta una pared húmeda maciza en la que se hallan superficies huecas del tamaño de un hombre adulto. Arriba de cada hueco colgaba una pesada cadena oxidada en cuyos extremos se hallaban argollas, parecidas a alguna versión primitiva de las esposas policiales actuales. “Aquí”, continúa con su monólogo el guardia carcelario, “los llevaban a los presos más duros para ablandarlos. Los ataban con estas cadenas y de esa manera todo el tiempo estaban parados, y en la cabeza, en el cuello y en la espalda permanentemente les chorreaba agua fría.” Intentamos en parte imaginarnos aproximadamente como era ese sadismo carcelario y nos metemos en ese espacio angosto desde el que durante años retumbaban los gritos y pedidos de auxilio, mayormente de los presos políticos y de los líderes religiosos, pero también de las mujeres que los comunistas acusaban de cleronacionalismo. Estar parado en un espacio angosto en la persona provoca pánico, y cuando a eso se le agregan cadenas y agua fría, las torturas practicadas en este sótano, cuidado durante años, oscuro y frío, actúan de manera que la mente se paraliza.
Los pequeños huecos en los que atados a las cadenas estaban colgados los desobedientes políticos, activistas, adversarios del régimen comunista, estaban esculpidos del lado derecho y del lado izquierdo del sótano. La “waterboarding” (tortura con agua), sobre cuya implementación en las cárceles estadounidenses de la CIA en los años pasados se levantó una gran polvareda mediática, era diez veces peor pues en Isusovača las manos de los presos estaban atadas al cielorraso con cadenas. Enfrene podían ver parte de la pared en la que de día a través de pequeñas aberturas se asomaba tímidamente la luz. “Quien sabe cuántos presos murieron aquí. No hay evidencia oficial en los archivos”, agrega el guardia después de una pausa un poco más larga. Aunque, según algunos datos investigados hasta ahora de los archivos del Servicio de Seguridad del Estado, desde el año 1945 hasta el año 1990 por las terribles torturas y por el agotamiento murieron más de 500 varones y mujeres. Aunque el número seguramente es mucho mayor, pues la mayoría de esos casos fueron encubiertos y no fueron documentados o bien la documentación no está al alcance. Las primeras maquinarias para torturar a los presos en la prisión de Zenica, según los datos del archivo carcelario, las fabricó un técnico en construcción de apellido Plohović. Sobre el principal proyectante del presidio no hay muchos datos, ni siquiera se le sabe el nombre. Los documentos del archivo lo describen como un hombre de baja estatura, obeso y alegre que a Zenica vino desde Istra. En una oreja tenía un gran aro, algo que en ese tiempo era un adorno muy poco común para un varón. Los habitantes de Zenica lo veían junto a la pared del presidio, donde permanentemente llevaba a cabo unas “raras mediciones”.

Plohović, como está escrito en el libro “Kazniona” (prisión), proyectó y fabricó numerosos mecanismos para torturar que se utilizaron en la cárcel. El más nefasto fue el de las “argollas de Jesús”. “Tortura con la ayuda de esas argollas”, se dice en el libro, “a primera vista, parecía inofensivo”. El preso tenía que ponerse en cuclillas, pasar las manos entre las piernas y agarrarse con los dedos de los talones. Entonces los guardias le ataban las manos y las piernas en las argollas. En los primeros cinco o seis minutos el desgraciado no sentía dolores. Y entonces comenzaban los primeros leves dolores en los codos, que se agudizaban cada segundo, todo hasta que sentía como si las manos se quebrasen. Al fuerte dolor en las manos se le sumaban los dolores en las articulaciones y en el estómago. Seguía una fuerte presión de la sangre en la cara, los ojos, la nariz, la boca – las víctimas describían ese sentimiento como el alma en la nariz. Cuando parecía que no podía ser peor, un terrible dolor llegaba desde la columna, como si una fuerte tenaza arrancase la columna vertebral.
En ese momento las personas en general perdían el conocimiento. Eran pocos los presos que podían quedar conscientes en las “argollas de Jesús” más de unos veinte minutos. Esta tortura fue llamada también ahorcado en el piso. En la ejecución del castigo, por las normas vigentes en ese entonces, obligatoriamente tenía que estar presente el médico, porque la tortura podía causar la muerte del preso. El lugar de tortura en Zenica hoy está vacío, dinero para una reconstrucción que pudiese servir como una especie de museo en la Federación de Bosnia y Herzegovina no hay, dicen de la dirección del Presidio Correccional de Zenica. Apenas de vez en cuando, este lugar horrendo y asfixiante por la humedad y la podredumbre, se abre para la visita de delegaciones o de equipos periodísticos. Del mismo no saben ni siquiera muchos reclusos.
Redacción/crímenes comunistas


